Invitaba con mucho acierto en su pregón llamando a las Fiestas de San Prudencio y Nuestra Señora de Estibaliz la periodista Estibaliz Ruiz de Azua a “renovar, transformar” las tradiciones “para que no mueran”, a “adaptarse para incluir a todos, también a todas, para mantener la esencia, lo nuestro”. Los seres humanos tendemos a veces a perder la perspectiva, a elevar a categoría de tradición cualquier cosa por el mero hecho de haberse repetido en el tiempo -poco, mucho o muchísimo- y a creer que lo que es tradición es intocable, como si el contexto en el que se originó dicha tradición no importara, como si el contexto en el que se sigue repitiendo, tampoco. La tradición es, al fin y al cabo, un factor de unión, de comunión, de compartir. Dice el diccionario de la RAE que tradición es la “transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación”. La tradición nos dice de dónde venimos, pero también escribe hacia dónde vamos y por eso no es inmutable, sino que ha de estar abierta para incluir, para crecer, para pervivir sin que eso suponga perder su carácter ni su originalidad. El reto no es fácil, cierto, pero al final se trata de seres humanos y de comunidad y, por lo tanto, de festejar un punto de encuentro. Festejemos pues.
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