sometí a mi familia a la tortura de escuchar el discurso del monarca. Confieso mi sadismo, porque en mi cabeza ya rondaba la posibilidad de escribir hoy sobre lo que dijera el monarca. Fueron doce minutos tortuosos, patéticos... reveladores. Efectivamente, el rey no sirve para nada. No aporta nada salvo gastos extraordinarios al Estado, o sea a nosotros. La sarta de perogrulladas que jalonaron su exposición fueron de 1º de EGB, así de antiguas me sonaron. Y cuando se mojó, a su manera, fue para insistir en lo pérfidos que son los nacionalistas, en este caso más los catalanes que los vascos. Está de moda atizar a los discrepantes, sobre todo por los que aspiran a perpetuarse en el poder. Y él es, desde luego, el máximo exponente de esta pseudo élite que vive (y muy bien, por cierto) a costa del trabajo de los demás. Son parásitos que nos chupan la sangre y nos explotan hasta que, famélicos y agotados, somos desechados y sustituidos por otros. Eso sí, saludos televisados a las fuerzas armadas, dinero a espuertas para proteger a sus amados bancos y, como el rey, desearnos buenas fiestas en cuatro idiomas como si así nos pudiera convencer de su cercanía al populacho. Anacrónico del todo. En fin, volveré a escucharle el año que viene y ya les iré contando.