el lunes nos sobresaltaba la tarde el asesinato a tiros a manos de un policía turco del embajador de Rusia en Turquía al grito de “es una venganza por Alepo”. Aún estupefactos, llegaban noticias confusas sobre un atropello en un mercadillo de Berlín que traía Niza a la memoria. Y al final, la sensación un poco de estar ante una enorme madeja; de que quizá buscando lazos, causas y efectos podríamos acabar remontándonos, qué sé yo, a la invasión soviética de Afganistán, por ejemplo. O más allá. Pero hoy, parece, el epicentro está en Siria. Quizá sea donde se está dirimiendo el dominio geoestratégico y geopolítico de años venideros, con la Rusia de Vladímir Putin como actor cada vez más principal, con la incertidumbre del camino que emprenderá el tradicional policía del mundo, EEUU, con Donald Trump en la Casa Blanca, con la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, en su condición de patio trasero del conflicto sirio y de la Europa desaparecida como actor internacional atravesada por varias crisis a la vez -con el Brexit y el ascenso de partidos de ultraderecha, entre otras-; Erdogan, que compagina su particular purga de disidencia tras el fallido golpe de Estado de verano con su estrategia de puño de hierro contra todo lo que tenga ver con la causa kurda. Y esto así, muy por encima, simplificando mucho. Imagine, cantaba John Lennon. Cuesta mucho imaginar...