Sube el tono de los reproches al Gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan y el modo de conducirse tras el golpe de estado frustrado el pasado 15 de julio. Precipitada y mal organizada, la asonada ha llegado a ser cuestionada por observadores europeos que la califican más de una acción desesperada de sectores a punto de ser purgados por el régimen. La realidad retrata un proceso de consolidación del presidencialismo en Turquía, la sucesiva implantación de normas cuestionables en materia de derechos humanos y una represión de la disidencia impropia de un país que pretende adherirse al proceso de construcción europea. Porque los principios de los que aspira a ser copartícipe, mientras no se diga lo contrario, siguen siendo el reconocimiento de los derechos individuales y colectivos y el respeto al libre ejercicio de las libertades inherentes a la condición humana sin discriminación por razón de género, raza, religión, pensamiento político o condición sexual. Todos esos aspectos no están salvaguardados hoy en Turquía, donde las purgas de decenas de miles de militares y policías tras el golpe se han convertido en un procedimiento de desactivación de todo pensamiento opositor y están laminando el poder judicial, legislativo y las estructuras del pensamiento social y político mediante la expulsión de educadores infantiles y profesores universitarios del sistema. A esto hay que añadir una explícita y constante represión de las minorías kurdas y la oposición política. Si apenas unos días atrás Ankara escandalizó al mundo con un proyecto de ley que pretendía eliminar las responsabilidades penales para los violadores que se casen con las mujeres agredidas -y que fue retirado por la reacción internacional- hoy se prepara la restauración de la pena de muerte, lo que de facto inhabilitaría a Turquía como miembro del Consejo de Europa por el incumplimiento de la Convención Europea de Derechos Humanos. La reacción de la Eurocámara, que reclamó suspender las negociaciones de adhesión de Turquía a la UE, ha provocado a su vez la amenaza de Erdogan de dejar pasar a los refugiados por cuyo sustento en territorio asiático cobra de Europa. ¿Es la Turquía de Erdogan un eslabón en la cadena de la construcción europea? Para que lo sea, el aliado militar debe suspender la involución democrática a la que se ha lanzado.
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