Suele afirmarse, no sin razón, que Mariano Rajoy sabe manejar como nadie los tiempos en la acción política, tanto a la hora de poner en marcha una iniciativa o tomar una decisión importante como para -lo más habitual- no moverse a la espera de acontecimientos o las reacciones de sus rivales. Así sucedió con la convocatoria electoral del 20 de diciembre pasado, con su inusual rechazo al encargo del rey para que formase gobierno, con su actitud ante la convocatoria de las segundas elecciones, con su suigeneris aceptación del segundo encargo real y, en fin, con su estrategia inmovilista respecto a la gobernabilidad en el Estado. Por ello, ha resultado altamente significativo el radical cambio de actitud llevado a cabo por el líder del Partido Popular la semana pasada, ya que pasó prácticamente en horas de asegurar que no se presentaría a una investidura sin tener la certeza de ganarla “porque no tendría sentido”, a fijar una fecha, la del 30 de agosto, para solicitar el apoyo del Congreso pese a no tener garantía alguna de que lo logrará, ya que solo cuenta con los insuficientes votos de Ciudadanos. Una posible respuesta a esta variación táctica se encuentra, precisamente, en la gestión de los tiempos. Rajoy sabe que su única opción es hacer insoportable la presión sobre Pedro Sánchez -externa, pero también dentro del propio PSOE- y hacerlo cuanto antes. La fijación de la fecha del debate de investidura no es ajena a ello, ya que sitúa unas virtuales terceras elecciones el día de Navidad en caso de fracaso y falta de acuerdos, lo que redobla -como él mismo recordó ayer- la presión al PSOE. Pero hay otra variable importante que a buen seguro influye en la actitud de Rajoy: varios de los más sonados casos de corrupción en el PP están a punto de verse en los banquillos de los tribunales. En concreto, los casos de las tarjetas black, la Gürtel, la parte desgajada del caso Bárcenas sobre la destrucción de los ordenadores de Génova y, probablemente, el asunto de Rita Barberá y la corrupción en Valencia estallarán en septiembre y octubre, lo que dificultaría sobremanera alcanzar cualquier tipo de acuerdo en esos momentos. El pacto con Ciudadanos, por tanto, ha llegado en el momento justo, al límite, y de ahí las prisas por sumar -siquiera mediante su abstención- a Sánchez. Rajoy, mientras pueda y le dejen, seguirá jugando con el calendario como forma de acción política.
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