El 10 de agosto por la mañana es un poco como el 1 de enero. Esos días somnolientos, resacosos, de volver a poner los pies en el suelo, de recuperar cierta normalidad. Sales a la calle un poco temprano y aún te cruzas con algún blusa o alguna neska que vuelve para casa, algunos derrotados, otros aún con energía en el cuerpo, como si la fiesta se resistiera a rendirse a la evidencia de que Celedón volvió a la torre de San Miguel hace ya muchas horas. Es la hora del balance, cada uno el suyo. Habrá quien considere que ha habido más gente, habrá quien diga que menos, quien haya conseguido hilvanar varias gaupasas seguidas y quien sucumbiera después del día 4, quien atesore para el recuerdo algún concierto, una noche en la txosnas, quien se quede con una comida con la cuadrilla, quien tenga la memoria del móvil hasta arriba de vídeos de los txikis bailando, quien esta noche pasada haya pillado la cama con un suspiro de alivio tras unas fiestas trabajando tras una barra, en cocinas, en los servicios de limpieza, en emergencias, en medios de comunicación... Y habrá por desgracia varias vecinas nuestras que recuerden estas fiestas porque fueron atacadas, física o verbalmente, por un hombre. Un borrón en la memoria de todos. Una tarea pendiente para todos.