No había otro camino para la comunidad internacional en general y para Europa en particular que el de la firme condena ante el intento de golpe de estado ocurrido semanas atrás en Turquía. Ninguna sociedad que se diga democrática puede admitir que la fuerza de una estructura militar, que debe estar supeditada al poder público representativo del sentir mayoritario de una sociedad, se erija en poder autónomo y suplante las estructuras democráticas. La firmeza que debía acompañar el reproche al ataque a la libertad que se intuía en el intento de golpe militar empieza a echarse de menos a la hora de poner coto a la reacción desde el poder que acumula el presidente Recep Tayiip Erdogan. La agresividad con la que se comporta la estructura de poder construida en torno a su persona y su partido, trasciende el interés de los derechos y libertades de los turcos. No basta con sacar a la calle a miles de partidarios para justificar la sucesión de purgas ideológicas en las estructuras del Estado que van más allá del poder militar -ayer mismo se conoció la orden de cierre de todas las academias militares del país y la expulsión de otros 1.389 soldados- y son reflejo del sentir de los diferentes sectores de la sociedad. Se hace muy difícil aceptar que las decenas de miles de funcionarios, jueces, fiscales, periodistas, educadores y catedráticos universitarios purgados, señalados y detenidos en las últimas semanas sean el emblema de un complot militar antidemocrático y no parte de la propia sociedad turca que no está representada ideológicamente en el partido islamista que gobierna con todo el derecho que le dieron las urnas. Europa debe tomar la medida a su relación con el vecino útil que es Erdogan cuando se trata de poner freno a las oleadas de refugiados que buscan llegar al continente, porque lleva camino de revelarse como la cabeza visible de una autocracia a las puertas de la Unión Europea. Un régimen que está purgando a la disidencia en cualquiera de sus aspectos; desde la laicidad de los kemalistas, a la progresía ideológica de la oposición de izquierda, pasando por la reivindicación étnica y cultural y la aspiración nacional kurda y hasta el islamismo moderado del principal enemigo de Erdogan: el criminalizado, aun sin pruebas que lo acrediten, clérigo Fetullah Gülen. Las primeras manifestaciones de la oposición a Erdogan en Estambul hace unos días indican que hay un polvorín.