ya ven. Así, casi de repente, el fútbol vasco representa el 25% de la autodenominada mejor Liga del mundo. Alavés y Osasuna se unen en la élite a Athletic, Real Sociedad y Eibar. Cuatro derbis en Mendizorroza y otros tantos desplazamientos atractivos a campos cercanos y ya veremos si hermanos. Supongo que sí, al menos mientras los recién ascendidos sean considerados con cierta condescendencia por los ya asentados en Primera. O sea, hasta que se les gane un partido, que entonces ya seremos mirados más como adversarios sin mayores miramientos. Fiestas del fútbol vasco por doquier, una juerga de Liga. A no ser que según vaya avanzando la competición alguno de los equipos se vea relegado en la clasificación y cada jornada se convierta en causa de angustia creciente aparcando las celebraciones. Y el Alavés parte en inferioridad de condiciones, o eso suele pasar con los recién llegados aunque tampoco hay normas estrictas en este sentido. Habrá que hilar fino en verano para mantenerse entre los diecisiete primeros durante el invierno. Acierto en las apuestas, recurso inherente a los pobres, además de algún fichaje consolidado que afiance la argamasa sobre el césped. O, si no, a desahogarse echándole la culpa de todo a los árbitros.