La publicación, en las horas previas al comienzo de la campaña para la repetición de las elecciones generales del pasado 20 de diciembre el próximo 26 de junio, de los resultados de los sondeos realizados en Euskadi por el Gabinete de Prospeccion Sociológica (Sociómetro) y en el Estado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (Barómetro) apenas revela alteraciones de fondo respecto a los resultados del 20-D, especialmente en lo que se refiere a la gobernabilidad. Es cierto que la unión de Izquierda Unida y Podemos en una sola candidatura provoca un desplazamiento de escaños que favorece a la lista encabezada por Pablo Iglesias, lo que consolida el sorpasso sobre el PSOE -que sufre una debacle histórica al ceder entre 10 y 12 escaños de los 90 de diciembre- y convierte a Unidos Podemos en segunda fuerza, pero dicha ganancia de escaños no surge del correspondiente desplazamiento de voto, sino en su mayoría del beneficio que la Ley D’Hondt otorga a la suma de los obtenidos por IU y Podemos hace seis meses. De hecho, si el CIS les calcula ahora una horquilla de 88-92 diputados, el simple traslado matemático, sin el efecto de atracción de la suma, de la unión a los resultados de diciembre ya les concedía 85 representantes. El efecto y las causas son similares, en este caso, en Euskadi, donde la suma de Iglesias y Garzón supera al PNV en escaños. Ahora bien, que Unidos Podamos supere al PSOE no significa que pueda gobernar. De hecho, el PP mantendría su holgada primera posición pese a que, según el CIS, cede entre 2 y 5 escaños y su suma con Ciudadanos (un escaño menos que en diciembre) tampoco le daría mayoría suficiente para formar gobierno. Es decir, el 27 de junio sólo habrá cambiado el orden de los factores y se repetirán las dificultades para la gobernabilidad del 21 de diciembre con la única salvedad de que será Iglesias y no Sánchez la alternativa a Rajoy... si el PSOE mantiene la posición de no permitir que el PP gobierne. Ahora bien, Iglesias, como entonces Sánchez, necesitará al PSOE y al menos a alguna de las formaciones nacionalistas para alcanzar La Moncloa, encaje que se antoja asimismo más que arduo con los socialistas obligados por los pésimos resultados a un proceso de reorganización interna que cristalizaría en un cambio de liderazgo en el próximo congreso del partido.
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