El Komando Kolleja vuelve a la acción. Esta vez hemos preparado bien el golpe-parrastada. El hermano de Rafael tiene una lonja y ya es nuestro escondite-zulo. Rafael acepta la metáfora de la traducción ni sin antes consultar el Elhuyar. Mantangorri ha dibujado un croquis-krokis. Yo aporto los muñecos y el coche de juguete. Son de diferente tamaño, pero nosotros tampoco somos iguales. Nadie quiere ser la figurita del roscón de reyes-errege-opil. Me sacrifico por la causa. Lo tenemos todo pensado. De la colleja se encarga esta vez Lorea, que se lo ha ganado después del estreno del Komando. A mí me toca suelo-lurzoru. Ya estamos en marcha. No sincronizamos relojes porque Mantangorri nunca lleva, pero tampoco importa porque vamos todos juntos. Nos apostamos en el termómetro de la Avenida, en el giro hacia Madre Vedruna. El primer coche gira bien. El segundo intenta el prohibido cambio de sentido, pero se asusta al ver a cuatro tipos sin nada que hacer, aparentemente. El tercero, como buen vitoriano al volante, no duda en hacer el giro en u. Frenazo. Me he tirado encima del capó. El sujeto sale del coche, recibe la colleja de Lorea y acto seguido me patea. Desde el suelo veo al Komando huir hacia el escondite-zulo. Lloro de emoción y también un poco por el dolor-mina.
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