Hay una forma de ser un buen vitoriano. Yo eso lo tengo claro desde que era pequeño y jugaba en la Kutxi. Y está, además, por delante de ser un buen alavés. Los de la capital nos lo creemos así, igual que pensamos que Llodio es Bizkaia, que los del Alto Deba no sabrían vivir sin nuestras tiendas y centros comerciales, y que en Rioja Alavesa del grifo de las cocinas sale vino porque es lo único que existe allí. Pero, en realidad, esa forma de entendernos se queda en la superficie. En el postureo. En la fachada. Y si nos critican esa tendencia a simplificar lo que consideramos que es nuestra comunidad y sus pilares básicos, entonces nos revolvemos, nos ofendemos, buscamos al enemigo externo. Ni siquiera somos conscientes de que esta manera de comportarse, por desgracia, es habitual en otros lugares. Pero ese mal, tiene fácil solución. Pasa por querer profundizar en lo que somos y, a partir de ahí, intentar utilizar el cerebro. Sí, claro, eso requiere un esfuerzo por nuestra parte y tal vez no están los tiempos para pedir imposibles. Mientras tanto, lo mejor es que sigamos tragando lo que nos dice un político, un empresario, una asociación, un medio de comunicación, una personalidad... no sea que en una de éstas nos paremos a pensar y la liemos, tía Paca.
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