que sí, que ya sé que desde que el mundo es mundo el fuerte se impone al débil. Y que desde que el hombre se organizó en sociedad empezaron algunos a montárselo para mandar y dominar al resto. Tengo claro que siempre ha habido ricos y pobres, que la injusticia es un mal endémico de este mundo de pazguatos incapaces de empatizar con sus prójimos. Y que hay muchos a los que el poder y el dinero emborrachan de tal manera que parece imposible entender hasta qué punto la insensibilidad se apodera de sus corazones. También soy consciente de que yo no soy rico y de que, quizá, una primitiva de varios millones de euros bastaría para transformar drásticamente mi perspectiva de las cosas. Pero, mientras tanto, permítanme asombrarme ante la codicia de los más afortunados, por cierto muchos de ellos millonarios por herencia y/o privilegios, no por su trabajo. Cada día se suceden los escándalos, el último el de los papeles de Panamá, por cierto en necesaria connivencia con los bancos que se han convertido, sin duda, en las empresas más inhumanas de este sistema que nos hemos fabricado. Pero todo tiene un límite y, supongo, que va a llegar un momento en el que el sistema haga crack aunque sea para poder volver a empezar. Tampoco sería la primera vez.