El próximo miércoles, el lehendakari, Iñigo Urkullu, hará balance de los mil días de su gestión al frente del Gobierno vasco. Más allá de las críticas de la oposición -que considera “electoralista” evaluar en este momento el actual mandato-, no es mal ejercicio examinar cómo ha transcurrido, desde el punto de vista de la gestión del Ejecutivo, la actual legislatura cuando estamos afrontando ya la recta final de la misma, sea cual sea finalmente la fecha de las próximas elecciones. Para ello, cualquier balance hay que situarlo en su contexto. El Gobierno de Urkullu inició su andadura en un momento de extrema dificultad por la grave situación de crisis económica que atravesaba el país -y que aún no ha concluido-, agravada por la herencia de la legislatura socialista bajo la dirección de Patxi López, con una importante inestabilidad y confrontación institucional -el Ejecutivo vasco, el del Estado, las diputaciones y los principales ayuntamientos estaban gobernados por partidos distintos- y, además, accedía a la Lehendakaritza en franca minoría parlamentaria. Objetivamente, es evidente que la situación, tres años y medio después, es radicalmente distinta, lo que no quiere decir que hayan desaparecido los nubarrones, en especial en lo que se refiere a la salida de la crisis. Si bien el balance legislativo desde el punto de vista meramente numérico de aprobación de leyes no ha sido especialmente fructífero, lo cierto es que el acuerdo global con el PSE y los diferentes y trabajados pactos parciales con las distintas fuerzas políticas del Parlamento Vasco han permitido al Gobierno de Urkullu lograr una cierta estabilidad, sacar adelante los Presupuestos todos los años y aprobar normas importantes, como la Ley Municipal, además de mantener los servicios sin grandes recortes. Los datos hechos públicos esta misma semana con respecto al déficit son elocuentes: mientras el Gobierno de Rajoy ha incumplido de forma flagrante el objetivo marcado y prometido a Bruselas, Euskadi lo ha cumplido de manera escrupulosa gracias a una gestión eficaz de los recursos. De ahí que esta primera legislatura de Urkullu -a la que aún le quedan varios meses- resulte, cuando menos, positiva y esperanzadora. Un modelo muy distinto al de Rajoy, cuyas consecuencias tardarán mucho tiempo en poder atajarse, una de las cuales es, precisamente, la crisis política que alcanza a la incapacidad de formar un gobierno.
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