Realizo un paréntesis en el serial del buen vitoriano (al volante -ya publicado-, en bici y a pie -pendientes ambos-), para dedicar estas líneas al colorín rojigualdo. Dicen las informaciones: “Desconocidos han atacado con pintura roja y amarilla los tres monolitos levantados en memoria de las víctimas del 3 de Marzo en Álava. Dos de ellos están en Zaramaga y el otro en Dulantzi. En uno de los casos, las pintadas estaban acompañadas de una pegatina de la Falange Española”. Debo puntualizar el inicio de la información: no se trata de desconocidos, al menos en lo que a este diario se refiere, ya que la placa del portal donde trabaja esta redacción ha aparecido varias veces decorada con similares elementos, yugo y flechas incluidas; por lo tanto, cabe deducir cierta amistad entre unos y otros apasionados rojigualdos, si es que no se trata de las mismas personas, que no lo descartaría. En cualquier caso, sean quienes sean los autores, su idiocia los retrata por dos motivos: pintar la bandera española en un monolito que recuerda la matanza policial durante una lucha obrera sin banderas significa no saber leer lo que ocurrió en 1976: y su esfuerzo decorativo es inútil, porque en un pispás desaparece. Que sigan si les place. Ya se aburrirán o los pillarán con sus rojigualdas manos en la masa. Y pagarán la limpieza.
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