La reunión de ministros de Interior de los Estados miembro de la Unión Europea celebrada ayer en Bruselas no solo ha vuelto a hacer patente la tensión existente entre los diferentes gobiernos y entre estos y la Comisión y el Consejo europeos respecto a los acuerdos, legislación y medidas a aplicar al flujo de refugiados provenientes de Oriente Medio; que ya eran notorias desde hace meses. Ni siquiera se ha limitado a mostrar otra vez las enormes carencias de cohesión política, social e incluso económica que padece la Unión. Ha venido a cuestionar, por enésima vez en esta crisis, la propia realidad de la UE. Y no se trata de que las medidas unilaterales que adoptan los diferentes países -Austria, con sus límites diarios de acogida; Bélgica con sus controles temporales; Francia, con el desmantelamiento de campamentos; Hungría, con el anuncio de un referéndum...- desoigan las decisiones de la Comisión e ignoren los difíciles acuerdos del Consejo hasta poner en cuestión el espacio común europeo que marcan los Acuerdos de Schengen y por tanto el armazón político de la Unión. Ni de que esto parezca conllevar -y ahí están las pretensiones (y compromisos) al respecto de Gran Bretaña- grietas muy peligrosas en los cimientos de una homogeneidad socioeconómica que aún estaba por alcanzar. Se trata, sobre todo, de que esas actitudes suponen una ruptura con el derecho internacional, con los principios éticos y con el armazón moral que llevó a iniciar la construcción europea una vez superada, tras la Segunda Guerra Mundial, la que hasta ahora era la mayor crisis humanitaria de la historia y de que esa ruptura viene acompañada de peligrosos aderezos ideológicos no demasiado lejanos de los que azuzaron, hace poco menos de un siglo, aquel conflicto. Cuando se pretende ignorar el fallecimiento de 3.770 refugiados en el Mediterráneo en 2015, los más de cuatrocientos fallecidos contabilizados ya en 2016; los 13,5 millones de desplazados en Siria, los 4,2 millones de refugiados en países limítrofes; cuando se olvidan los diez mil menores refugiados desaparecidos ya en nuestros países, los cientos de miles de seres humanos que deambulan entre fronteras o esperan en las calles de Grecia y Turquía... se desmonta el concepto de unión y se permite una lenta pero inexorable deconstrucción de la realidad en la que Europa pretendía reconocerse.