El aumento constatado de denuncias, de las 90 del curso 2009-2010 a las 201 presentadas en 2012-2013, o el incremento de porcentajes en el índice general de maltrato entre iguales en los centros vascos, que según el Instituto Vasco de Evaluación e Investigación Educativa (ISEI-IVEI) ha pasado del 17% al 21% en el tercer ciclo de Primaria y del 12% al 14,6% en la ESO en ese mismo periodo, da base a la percepción de que el acoso escolar o bullying va más allá incluso de esos porcentajes en las aulas vascas. Esto no significa que el maltrato entre iguales pueda considerarse un problema sistémico en una población escolar que supera los 350.000 alumnos, pero sí que debe ser tratado como relevante y, a pesar de la dificultad que tiene aportar cifras concretas, no frivolizar con la estimación de su incidencia, que en los principales países europeos se calcula entre el 20% y el 30% -de los que del 2% al 7% adquieren formas severas- e incluso supera esas cifras cuando al acoso escolar se añade el denominado ciberbullying o acoso a través de las nuevas tecnologías. De hecho, según el informe Yo a eso no juego elaborado por Save the Children con 2.201 encuestas a estudiantes vascos de entre 12 y 16 años, un 6,3% de ellos ya reconoce haber sufrido acoso escolar en los últimos dos meses y un 4,5% más se considera víctima de acoso a través de internet o las redes sociales. Y aunque sea cierto que no todas las experiencias de violencia en los centros escolares ni todas las actitudes en las redes sociales pueden calificarse de acoso, no lo es menos que todas llevan implícito el riesgo de agravamiento y cronificación. Por ello, la existencia en los centros de un protocolo de actuación, de planes de prevención, el periódico control institucional y la evaluación familiar de las situaciones se deben exigir por necesarias sin dejar de considerarlas insuficientes. No en vano, atajar un problema que crece en incidencia y que sin ser irresoluble no es menor, corresponde al mundo adulto, a su capacidad para revertir la banalización de las actitudes violentas que rodea a los menores y de otorgar al acoso la relevancia que tiene. Y en ese sentido es todo lo contrario a irrelevante el dato de que seis de cada diez profesores reconoce haber visto o sospechado algún caso de acoso escolar pero solo dos de cada diez han intervenido para prevenirlo o evitarlo, generalmente por temor a la reacción de los padres.
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