Pasados ya varios días desde el asunto de los titiriteros, que ha confirmado que España ocupa el lugar que se merece a ojos del mundo -a la altura del barro, vamos, donde este país habita desde hace tiempo enfangado en la corrupción de muchos de sus próceres y la vergüenza, ¡ay!, de no toda la población-, es hora de imaginar qué habría ocurrido si el espectáculo se hubiera representado, es un suponer, en Murcia, Lugo o Burgos (pongan aquí la ciudad que se les antoje). Pues seguramente nada de nada. Porque, no se equivoquen, el objetivo de todo este entramado titiritero no son los artistas que mostraron en una plaza de un barrio de Madrid durante el Carnaval su labor creativa, sino la alcaldesa de la capital. Manuela Carmena se ha convertido en la diana de la derecha española -política, mediática...- desde que osó tomar el mando de Madrid al frente de una candidatura de confluencia, arrebatando el bastón de mando a la fuerza que logró más votos, el Partido Popular. No será este capítulo el último de la lista de agravios que lleva sufriendo Carmena desde hace meses, y que en ocasiones le ha llevado a explicar lo que no tendría que explicar. Si un tornado arrasa mañana Madrid, habrá quien buscará la manera de culpar a Carmena. ¡Qué paciencia!
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