no, no es un cuento de Navidad. Es una realidad que está ahí, aunque estos días quede empañada por las alegrías navideñas o el resto del año la despachemos diciendo que es algo residual o que responde al perfil de familias desestructuradas, inmigrantes irregulareso de vagos y maleantes. Unos días antes de las Navidades conocimos el frío dato estadístico de que los servicios sociales han atendido durante este año nada menos que a 23.520 vitorianos, uno de cada diez. No es sólo que sean bastantes más de lo que podíamos pensar en la ciudad de la postal del parque de la Florida. Es que no responden a los prejuicios de exclusión. Son servicios de asistencia a los pobres, sí, pero también de ayuda a familias que las están pasando duras, a personas dependientes o a sus cuidadores -quienes llevan el peso del desgaste diario-, de asistencia a domicilio a mayores o de atención psicosocial a sectores al borde de la exclusión social. Y a esta realidad de soledad, pobreza energética, falta de autonomía personal o de recursos para alimentar y vestir a los más pequeños no se le hace justicia con una visión paternalista o misericordiosa y menos de que las ayudas sean una rémora. Esta otra Vitoria nos exige romper estigmas y prestigiar los servicios sociales públicos.
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