No hay forma. No me engancha el nuevo, moderno, joven y preparadísimo rey que nos han legado el campechano Juan Carlos de Borbón y los baluartes democráticos Rajoy y Pérez Rubalcaba. Aquella operación relámpago de abdicación y coronación urdida a toda prisa antes de unas elecciones que amenazaban con discutir el régimen vivió en Nochebuena un nuevo capítulo igual de rancio y anacrónico que los anteriores. Que si cambios de decorados, que si habla inglés, que si ha apartado a su hermana de la vista del pueblo... No sé hasta cuándo vamos a permitir que alguien viva -y muy bien- a nuestra costa solo por ser hijo de otro. Es una situación para mí insoportable por mucho que reduzca sus gastos, por mucho que procree con una plebeya, por mucho que prescinda de belenes en sus mensajes. Los distintos partidos políticos se afanaban ayer en valorar el discurso navideño del rey, unos para ensalzarlo y otros para criticarlo. En realidad todos, afines y detractores, le hacen el juego dándole valor a unas palabras que en nada alteran nuestra realidad y que deberían ser objeto de la indiferencia absoluta en concordancia con su incidencia real en el devenir de la sociedad que le mantiene. Da igual lo que diga y cómo lo diga. Lo único sustantivo es que no ha sido elegido por votación popular.
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