los problemas de Dilma Rousseff frente a las acusaciones de corrupción que salpican a su partido y el proceso iniciado para su sustitución en Brasil, la derrota del kirchnerismo frente a Mauricio Macri en Argentina y, sobre todo, el triunfo de la Mesa de Unidad Democrática opositora en las elecciones venezolanas, de una claridad capaz de condicionar la continuidad del chavismo, cuestionan el eje político y económico que se había venido formando en Latinoamérica como alternativa a la omnipotencia de EEUU. El caso venezolano no se ciñe a que el presidente Nicolás Maduro pueda completar su mandato, que no expira hasta 2019, o por el contrario se enfrente el próximo año, superado el ecuador de su presidencia, a un referéndum revocatorio que la oposición -con más de los dos tercios de los escaños necesarios en la Asamblea Nacional- tiene ahora capacidad para convocar. Tampoco a si el chavismo será capaz de continuar más allá de su actual liderazgo compartido con el todavía presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, al que ya empiezan a salirle disidentes. Ni a si Maduro gobernará por decreto, como predice el anuncio de la aprobación inminente, antes de la pérdida de la mayoría parlamentaria el 5 de enero, de una ley de estabilidad laboral de protección a los funcionarios -base social del régimen- o de la designación de 12 magistrados del Tribunal Supremo. Ni a la aprobación o no por la oposición de una ley de amnistía que libere a los opositores y estudiantes encarcelados a raíz de las protestas del pasado año. En realidad, la derrota del Partido Socialista Unido de Venezuela que fundara Hugo Chávez -que no es ajena a las urgencias de una situación socioeconómica que conjuga la inflación más elevada del mundo (160%) con una contracción superior al 9% y la abrupta caída del precio del petróleo- tendrá otras consecuencias impredecibles más allá de las fronteras venezolanas. Primero en Cuba, que recibe 100.000 barriles de crudo diarios a un precio político, pero también en el resto de los 14 países del llamado Petrocaribe, en Ecuador, en Bolivia o en el Mercosur formado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. De esta manera, se llegaría a minar la principal plataforma económica de todo el hemisferio sur de América y, tras China e India, el principal bloque emergente.
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