la tercera jornada de alerta por amenaza terrorista en nivel 4 en Bruselas, primer día laboral en que se imponía el estado de emergencia con el cierre de colegios, universidades, comercios, bancos y mercados o la suspensión del servicio de metro y de trece líneas de autobús, da medida de la fragilidad de las estructuras de seguridad ante una violencia indiscriminada y suicida que provoca en la sociedad europea un miedo creciente, abonado por la incomprensión de lo irracional. Europa, su epicentro, la capital en la que se asientan las administraciones de la UE, pero también el cuartel general de la OTAN, padece más de 14 años después una lógica y masiva psicosis, similar a la que se desató en Estados Unidos tras los atentados del 11-S. Y en cierta forma repite también la respuesta estadounidense, tanto en cuanto a la apelación a extremar la seguridad interior -con el despliegue de los ejércitos incluso- como a la intervención militar en el exterior, en el teórico origen de la violencia yihadista. Francia ya desarrolla esta secuencia y el presidente galo, Francoise Hollande, ha solicitado y en principio obtenido -así se desprende de las palabras del premier británico, David Cameron- el apoyo de los socios comunitarios. Ahora bien, estas primeras actuaciones de réplica, que pueden ser tan coherentes con el terror que causa toda violencia indiscriminada como con la necesidad de los responsables políticos de reforzar su posición ante la evidente crisis de reconocimiento de su liderazgo en las sociedades europeas, puede considerarse una reacción inmediata, aun si tiene resultados tan limitados como los obtenidos estos últimos días, pero no una solución. Porque no lo es. No debe Europa caer en la tentación de generalizar este reacción y normalizarla para hacer frente al terrorismo yihadista. Y es que determinados intereses políticos y económicos pretenden esta dinámica que poco o nada tienen que ver con los fundamentos sobre los que se ha asentado la Unión Europea. La experiencia vivida en EEUU, donde la UE parece mirarse, muestra que la solución comprende otros ámbitos, que el aumento de la seguridad en el interior y el empleo de la fuerza en el exterior, incluso a costa de derechos y libertades, no acaban con esa violencia, ni siquiera con la amenaza que supone y el temor que despierta.
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