la exigencia del ministro de Defensa francés, Jean-Yves Le Drian, al Consejo de Ministros de Defensa de la Unión Europea de activar la cláusula de los tratados comunitarios para la defensa colectiva traslada al corazón legislativo de Europa el dilema y el riesgo inherentes a la reacción bélica a la horripilante masacre cometida por el Estado Islámico en París. Por de pronto, el presidente francés François Hollande ya se adelantó ayer mismo a improvisar, en una conversación telefónica con Vladimir Putin, un pacto con Rusia para la coordinación militar y los bombardeos sobre Siria, y poco después recibía en el Elíseo al secretario de Estado norteamericano, John Kerry, para trasladarle la misma petición. Si Francia -mediante la activación de la cláusula por la que todos los Estados miembros “deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance” al socio que sufra un ataque- arrastra a la Unión Europea a su coalición con Rusia y EEUU estará haciendo de esta herramienta una fórmula para cuestionar el tradicional alineamiento europeo con las libertades. Se trataría, en definitiva, de un paso más en la estrategia de la subordinación de las libertades a la seguridad emprendida, en un pulso global, desde los atentados del 11-S en el World Trace Center hace 14 años. Es decir, quienes abogan por la primacía de la fuerza -en contraposición al contraste de la razón y el derecho- habrán conseguido minar el modelo europeo que se resistía, por tradición humanista y democrática, a un mundo rendido al imperio de la seguridad. Y eso es, posiblemente, lo que han venido buscando quienes cometen atrocidades propias de los siglos más oscuros de la humanidad bajo la apelación a la guerra santa frente a los cruzados. La simple posibilidad de que la reacción militar y belicista de Occidente suponga que el Estado Islámico consiga el objetivo con que ha planeado su irrupción en la geoestrategia mundial debería ser motivo suficiente para que Europa medite profundamente su respuesta. Y ello no significa que la Unión Europea no deba apoyar a Francia ante los ataques sufridos. Más bien al contrario, y sin dejarse arrastrar por el discurso de la primacía de la seguridad, debe liderar la defensa de las libertades, la tolerancia y la democracia para convertirse no en parte del conflicto, sino de la solución.