me cabrea el afán de algunos en aprovechar las desgracias para intentar inculcar en el imaginario colectivo ideas fascistoides implanteables en tiempos de normalidad. Reminiscencias de la abominable época de ETA, creo yo, donde con cada atentado o asesinato se empeñaban en desnivelar a su favor el eterno debate sobre el precario equilibrio entre libertad y seguridad. Y lo más triste de todo es que se buscaba la rentabilidad electoral. Como decía, poco ha tardado el Gobierno español -Alfonso Alonso para más señas- en aprovechar el monstruoso ataque yihadista en París para recordarnos la conveniencia de estrechar la vigilancia en las fronteras. El ministro vitoriano intenta que la sociedad identifique a refugiados con potenciales terroristas para así, supongo, conseguir que demos manga ancha a las autoridades en lo que a restricciones de derechos humanos se refiere. “El Estado tiene que defender su seguridad y si va a acoger a alguien, es razonable que haga una investigación sobre quién es esa persona”, soltó ayer. ¿Es que no saben ya quién viene? Por supuesto que sí. Lo que pasa es que no quieren que venga nadie. Y se aprovechan hasta de los muertos de París si hace falta. ¡Hala! A registrar los fondos falsos de las pateras, no vayan a colarnos cientos de kalashnikov. Qué lamentable.
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