Esta declaración de Anasagasti se añade a la propuesta de Urkullu sobre esa nación foral que nadie sabe, a ciencia cierta, en qué consiste, ni si es encajable con la “independencia del siglo XXI” a la que decía aspirar hace tres años o si se ajusta, más bien, a esa “unión (con España) desde el reconocimiento mutuo, ejemplo Reino Unido” con la que se dirigía a sus acólitos en la celebración del Alderdi Eguna de este año.
Podríamos añadir todas estas a las reflexiones de un Andoni Ortuzar que levanta la mano como “independentista” en ese mismo Alderdi Eguna en Zarautz, añadiendo que no le importaría en absoluto “perder la nacionalidad española”, pero dejando claro que jamás promovería la independencia “si se fractura la sociedad vasca” y que el objetivo es “un nuevo estatus, pactado entre los vascos, el Estado y la UE”, como dijo en los cursos de verano de la UPV.
La verdad es que nunca entendí por qué se considera fracturada una sociedad si se lleva la contraria a una de las partes, como es el caso del constitucionalismo tanto en Cataluña como en Euskal Herria, pero no si se hace lo mismo con otra, a pesar de que en ambas naciones el peso del abertzalismo es sensiblemente superior. Decía Carlos Garaikoetxea que en toda comunidad regida por cauces democráticos siempre se ha de buscar el acuerdo, pero si resulta imposible, lo que procede es poner en práctica lo que decide la mayoría. Algo de Perogrullo, pero que, por increíble que parezca, hay que recordar diariamente a quienes se tienen por demócratas de toda la vida. Y, la verdad sea dicha, el incumplimiento de nuestro Estatuto o las amenazas con las que el constitucionalismo pretende impedir la libre decisión de los catalanes dejan claro su nulo interés por todo lo que huela a negociación, acuerdo, pacto o similar.
Convengamos, pues, que la ambigüedad peneuvista no tiene nada que ver con las dificultades de armonizar una sociedad plural, sino que podría traducirse, sin temor a equivocarnos, por un virgencita, virgencita, que me quede como estoy, el auténtico objetivo de un PNV que se conforma con imaginarse que gobierna una comunidad y que, desde tiempo atrás, ha terminado convertido en una agencia de colocación de la que participan un montón de estómagos agradecidos, entre militantes, simpatizantes y trepas de todo tipo. Es lo que hay.