Sí, lo tengo que admitir, la primera tableta de turrón ya ha entrado en casa. Desapareció en un ti-ta. De hecho, el sábado 10 me encontré en el economato del barrio con los primeros polvorones y estas cosas. Terrible, oiga. Con la de fruterías que me han abierto cerca de casa en los dos últimos años, y un servidor a principios de otoño ya dándole a la cosa navideña. Es más, entre el 23 y el 26 de diciembre ya tengo organizadas varias comidas y cenas, incluyendo el primer encuentro en casi treinta años con los que en su día pululamos por la EGB en un colegio vitoriano. Y estoy jodido porque no me acuerdo ni del nombre ni de las caras del 98% de los que ya han confirmado asistencia. Al cuadro general le falta la Lotería. No juego el resto del año, pero para el 22 de diciembre, siempre llevo varios. En vacaciones compré el primer décimo y ahora tengo que empezar a rascar la cartera para el resto, aunque esta vez me he prometido que no voy a picar en todos los bares en los que entro de manera habitual, que me sale por un pico la broma. ¿Y por qué coño me está contando este imbécil su vida si además no cree en estas cosas? Pues porque, querido lector, de aquí a las elecciones del 20 de diciembre ya vamos a tragar usted y yo suficiente mierda como para no poder más.
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