la inminencia de las próximas elecciones plebiscitarias en Catalunya, con la campaña ya lanzada sobre todo tras la celebración de la Diada, está teniendo un lógico efecto tensionador en la política, no solo en el territorio catalán sino en todo el Estado. La multitudinaria manifestación del 11 de septiembre, con la impresionante imagen de centenares de miles de personas abarrotando las calles de Barcelona en una clara demostración de fuerza de la opción indepententista, ha vuelto a desatar los nervios en las formaciones unionistas, que han criticado con dureza el, a su juicio, carácter meramente electoralista de la movilización. Es, por supuesto, cuestionable la convocatoria de una manifestación el mismo día en que arranca una campaña electoral para una cita tan trascendental como la que se avecina, sobre todo porque los organizadores conforman una de las candidaturas que concurrirán a las urnas, lo que puede interpretarse como un acto partidista alejado del carácter que debería tener la celebración del día nacional de Catalunya. Pero centrar el debate en esta cuestión obviando los motivos por los que más de un millón de personas deciden salir a la calle a reivindicar la independencia -o intentar minimizarlos con argumentos tan pueriles como que la mayoría de manifestantes están siendo engañados- es uno de los ejemplos más evidentes de la terquedad en el empeño de mirar siempre el dedo que señala a la luna. Es precisamente el por qué de tanta desafección, de esa desconexión personal, cultural, social y política de Catalunya lo que debería estar en el centro del debate. Es más, su negación es lo que ha llevado a esta situación, vista cada vez con más nitidez como un choque de trenes. Un escenario en el que, por paradójico que parezca, el PP y el Gobierno de Mariano Rajoy parecen sentirse muy cómodos, algo en lo que también deberían pensar Mas y los independentistas. A los populares, convencidos, al parecer, de que el proceso soberanista fracasará o lo harán descarrilar manu militari, les conviene contagiar este ambiente tensionado que pueden aprovechar para conseguir votos, sobre todo fuera de Catalunya, de cara a las elecciones generales, donde se juega su continuidad en el poder. Sería deseable por parte de todos que esa tensión no supere el límite y pueda contagiarse a la ciudadanía en forma de fractura.