algunas voces se preguntaban durante el debate azuzado los primeros días de junio sobre la conveniencia o no de articular una alianza pentapartita para descabalgar al alcalde Javier Maroto por qué no iba a ser posible en Vitoria el cambio que sí se fraguaba en Navarra. Sin embargo, hay que salvar las distancias. Con la toma de posesión de hoy de la perseverante, luchadora y apasionada Uxue Barkos asistimos al cambio del régimen sostenido por una oligarquía caciquil, ansiado por la otra Navarra desde hace cuatro décadas, cuando no desde el fin de la tercera guerra carlista. En Gasteiz, sin embargo, fue sólo una coyuntura política. El alcalde del PP creyó haber hallado la piedra filosofal en la arenga sobre los inmigrantes magrebíes para rematar su triunfo electoral. Esto le rentó popularidad entre los bajos instintos de la calle, pero de tanto insistir se pasó de frenada y terminó aislándole social y políticamente, hasta el punto de que al PNV no le quedó más remedio -como expresó ayer gráficamente Andoni Ortuzar- que dar el paso. Los navarros tienen muy claro desde hace décadas en qué consiste el cambio, pero aquí aún tenemos que ponernos de acuerdo en qué consiste esa nueva Vitoria que queremos construir -empezando por definir primero en qué consiste la vieja- para emprender un cambio de fondo.
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