En el fondo, lo vivido ayer en Vitoria en torno al inicio protocolario de las obras para el Centro Memorial de Víctimas evidencia la brecha que separa a los actores políticos en su manera de entender qué ha de ser la paz, cómo se ha de reconocer y resarcir a las víctimas e incluso a quiénes consideran como tales. El estado de cosas quedó claro hace mes y medio cuando el alcalde de Javier Maroto recibió con desagrado de manos de Jonan Fernández el llamado Retrato Municipal de la Memoria, que recoge a las 42 personas asesinadas en Gasteiz entre 1960 y 2010 a manos de ETA, otros grupos terroristas o de fuerzas policiales. No debería estar en cuestión la conveniencia y justicia de un centro que recuerde a las víctimas del terrorismo de ETA, que también incluye a las del GAL, Batallón Vasco-Español o del yihadismo, en una subsede prevista en Madrid. El problema está en cómo se gestiona. Este Memorial es una iniciativa prevista en la Ley de Víctimas del Terrorismo aprobada por el Congreso en septiembre de 2011, durante los últimos meses de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Desde entonces han pasado tres años y medio con Mariano Rajoy en La Moncloa y ha habido un cambio de siglas en Ajuria Enea, de Patxi López a Iñigo Urkullu. Resulta cuando menos curioso que el Gobierno Rajoy le imprima velocidad a este Memorial justo en el ocaso de la legislatura y a dos meses de las municipales; no menos curioso es ese factor calendario después de tres años y medio de absoluto desdén y silencio hacia el proceso vasco de paz y reconciliación por parte del gabinete Rajoy, que viene de atravesar sonoras crisis con los sectores más duros de las asociaciones de víctimas por episodios como el cómputo de las penas cumplidas en Francia, por ejemplo. Como también es llamativo el empeño capitalizador del PP de todo lo relativo a este centro, desde la firma del protocolo en el Ayuntamiento en octubre hasta el acto de ayer. Pero lo auténticamente incomprensible es que ese mismo Gobierno ningunea y menosprecia ostensiblemente a otras víctimas, como las del 3 de Marzo en el caso de Gasteiz. Quizás sea un tiempo aún lejano para pretender un acuerdo de todos en torno a eso que se ha dado en llamar el relato, pero resulta incuestionable que todas las víctimas han sufrido y, por tanto, merecen ser objeto del mismo respeto.