No se animen. Estas líneas no están dedicadas a las sombras del señor Grey y de la señorita que le acompaña en la aventura lúbrica y cinematográfica, menos tórrida, hasta donde sé, que muchas películas que ustedes mismos vieron durante el siglo pasado, alguna en japonés. El círculo vicioso que da título a estas líneas es el que se inicia con las obligaciones fiscales y se cierra con esas mismas obligaciones fiscales después de pasar por el colador de la legalidad. Porque la cuestión de fondo nadie la resuelve. A muchos gobernantes se les llena la boca en dos tiempos: primero con el dolor que les causa constatar cuánto dinero huye del erario público a la hora del retrato fiscal, y después con la nimiedad que logran recuperar tras las revisiones pertinentes. ¿Hacen algo más? No que yo sepa. Y es que no comprendo que al mismo tiempo que los gobernantes determinan claramente cuánto tiene que pagar esta empresa, ese particular o aquella multinacional, se pone a disposición de quien tenga más posibles numerosos vericuetos legales para no pagar lo que han determinado esos mismos gobernantes. Es decir: el sistema obliga a retratarse con los impuestos, lo cual es necesario, pero también ofrece la posibilidad, a quien pueda, de reducir el pago al mínimo, lo cual es tonto y servil. Asqueroso círculo.