Resulta que un jeque saudí, al parecer destacado líder religioso del lugar, ha condenado los muñecos de nieve por “fomentar la lujuria y el erotismo”. No sé qué clase de muñecos de nieve hacen en Arabia Saudí, confieso que después de leer la noticia tengo cierta curiosidad. Porque no sé ustedes, pero más allá del imaginario modo Disney, que nos hace idear mientras recorremos estas líneas un adorable personajillo de impoluta blancura y perfectas proporciones en las dos o tres esferas que lo integran en esplendoroso alineamiento vertical, con una naranjísima zanahoria por nariz, dos botones por ojos, bufanda al cuello y una pipa -¿una pipa?- en la boca, conjunto que puede ir rematado, en la versión luxury, con sombrero; más allá, digo, los muñecos de nieve que perpetramos las personas sin especiales dotes para la escultura generalmente lucen un color blanco roto -siendo generosos- o parduzco fruto de cualquier calzada de ciudad o del barro en el monte y, como máximo lujo en accesorios, quizá puedan tener un par de piedras por ojos y tu bufanda -preludio del trancazo que vendrá- y, si te vienes arriba, un par de palos por brazos que, seamos honestos, no ayudan demasiado a avanzar hacia las proporciones áureas del conjunto ni mucho menos a fomentar la lujuria y el erotismo.