Después de siete años de crisis, los ciudadanos han aprendido a mirar los mensajes sobre la evolución de la economía con cierta distancia. Hemos aprendido, también, el axioma de que los mensajes positivos crean estados de ánimo positivos y ayudan a la circulación de capital y el consumo, claves de la recuperación de toda economía. Estas variables necesarias no justifican, sin embargo, el ejercicio de euforia orientada a ensalzar la propia gestión que realizó ayer Mariano Rajoy. Las expectativas de crecimiento de la economía española en 2015 se mueven entre el optimismo desmedido de las previsiones económicas que componen la base de los Presupuestos Generales del Estado del próximo año, y la sordina que las instituciones europeas han puesto posteriormente al horizonte de crecimiento. Sin negarlo, sin rechazar que el tejido económico del Estado tendrá un comportamiento positivo en el año entrante, los analistas independientes mantienen la prudencia y fijan expectativas más ajustadas en materia de crecimiento y creación de empleo. Esta última variable debería justificar por sí misma una mayor mesura en los discursos del presidente del Gobierno. La sensibilidad es necesaria cuando se contemplan tasas de paro superiores al 22%, que apenas están en disposición de reducirse en el próximo ejercicio. Se trata de varios millones de personas, de familias, cuya expectativa vital no puede computarse en términos de crecimiento del PIB ni en el resto de variables macroeconómicas que muestran la perspectiva de una evolución positiva. La creación de empleo neto, sostenible y digno estará aparejada a la evolución positiva de esas variables, pero no las precede. El Gobierno de Mariano Rajoy protagoniza iniciativas que desmienten sus argumentos más eufóricos. Mantiene el salario mínimo más bajo de la Europa a 15; contiene el poder adquisitivo de las pensiones con subidas ínfimas y maneja como únicos argumentos para los más de cinco millones de parados del Estado, según la última Encuesta de Población Activa, una ayuda finalista para 400.000 parados de larga duración coincidente con el período preelectoral y una reforma laboral precarizadora y contestada por los tribunales. Ojalá Mariano Rajoy acierte en sus buenos augurios pero, mientras eso llega, que contenga el triunfalismo preelectoral.
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