superadas tres cuartas partes de la legislatura, el balance del Gobierno de Mariano Rajoy da motivos más que sobrados para que desde algunos foros se empiece a cuestionar la posibilidad y, sobre todo, la conveniencia de que el líder del PP se presente a la reelección. Independientemente de que Rajoy sería, en ese caso, el único candidato ligado al pasado reciente político que los ciudadanos pretenden dejar atrás cuanto antes, según reflejan tanto la irrupción en las tendencias de voto de Podemos como los cambios de liderazgo en PSOE e IU, el principal problema de Rajoy es, en realidad, su imposibilidad de cumplir el programa con que se presentó a las elecciones -que él mismo sabía ficticio como se ha terminado por revelar a ojos de la sociedad- y la imposibilidad de cumplir siquiera el programa que no presentó a los electores pero con el que pretendía esgrimir, al de cuatro años, una incipiente superación de la crisis económica y un inicio en la recuperación de los datos de empleo. Si a ese doble incumplimiento se añaden los reiterados escándalos de corrupción que han sacudido una y otra vez las altas esferas del PP -que también lidera en primera persona- y el añadido del vaivén entre corrientes internas, azuzado tras la dimisión de Alberto Ruiz Gallardón como ministro de Justicia ante la retirada de la reforma del aborto, la sensación de inestabilidad del partido del Gobierno español ni siquiera se disfraza con la mayoría absoluta parlamentaria de que disfruta a la hora de legislar en las Cortes. Y la propia actitud de Rajoy, exponente irrepetible del laissez faire, laissez passer político que pretende que los problemas se resuelvan por sí mismos, acumula un fracaso económico -superior cifra de parados, récord de deuda pública o ausencia de programa para el crecimiento-, un fracaso en el plano social -incremento de la pobreza, deterioro de servicios, enfrentamiento con el sector educativo o errores graves en el ámbito de una Sanidad descapitalizada- y otro fracaso político al no dar solución a las demandas de Catalunya, enconándolas hasta provocar un crecimiento inusitado del independentismo, y al no encauzar ni el proceso de paz ni el cumplimiento de muchos de los compromisos adquiridos con Euskadi, mucho menos la necesidad de revisión de la relación entre esta y el Estado.