la caída del muro de Berlín hace ahora un cuarto de siglo ha sido celebrada en la capital alemana con gran alborozo y con bastante indiferencia en el resto de Europa. Hay cumpleaños que no apetece mucho festejarlos, sobre todo cuando no hay mucho que celebrar. El simple paso de los años no significa nada si la andadura únicamente sirve para mirar hacia atrás y añorar ciertos pasajes del pasado. Y en esas estamos en Europa -la gente, que no los dirigentes ni los poderosos- debatiéndonos en la duda de si esta alianza entre Estados ha servido realmente para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos o si, por el contrario, sólo sirve para globalizar las miserias en beneficio de unos pocos y en detrimento de la mayoría. “Salirse del euro sería un desastre”, sueltan los dirigentes. Pues ya ve usted qué contento estoy yo con la moneda de marras, que lo único que me ahorra es cambiar de divisa en los bancos cada vez que voy a tomar un café au lait en París, que yo voy mucho a Francia desde que somos europeos. Quizá me noten un poco euroescéptico pero no se preocupen, que basta con escuchar a la Merkel para retornar a la buena senda del europeísta convencido. “Europa unida y edificada sobre valores comunes”, arengó. ¡Ja, qué risa me da!