Sí, lo sé, no le llega la camisa al cuello. Demasiadas cosas. Trabajo, familia... y al otro lado, una masa informe de políticos dispuestos a ponerle aquello como la bandera de Japón con cualquier cosa, desde la tasa de las basuras hasta la gestión de la crisis del ébola. Pero a veces la vida te dice: tómatelo con un poco de calma, frena, sonríe y quédate con lo intrascendente. Hoy va de eso, de un tío que estaría por los 30 aunque no sé especificar más, miembro de una cuadrilla de amigos que había venido a Gasteiz desde Gipuzkoa para vestir al novio de turno de torero y gritar vivas a Maroto por estas calles nuestras. Y más que verme, con lo que él llevaba ya encima, posó sus ojitos de fiestero en las compañía femenina con la que un servidor tenía el gusto de compartir conversación y cerveza. ¿El típico pesado? Iba camino de ello, no lo voy a negar. Todavía eran las nueve de la noche, pero tanto él como sus compañeros se habían bebido ya hasta el agua de los floreros de todo el Casco Viejo. Pero en ese momento en el que es fácil cruzar la última frontera, aquel muchacho decidió ligar a base de dos bertsos que, todo hay que decirlo, no estaban mal. Mira que son años de salir y no había visto esto. Las chicas no cayeron, pero qué más da.
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