bien es cierto que siempre se corre el riesgo de ver los episodios de la historia desde nuestros prejuicios contemporáneos, pero todo parece indicar que a aquellos señores de la nobleza coaligados en la Cofradía de Arriaga -donde se nombraban apellidos tan ilustres como los Lope de Mendoza, Ladrón de Guevara, Pérez de Ayala o Sánchez de Velasco- lo mismo les daba en el siglo XIV ser navarros que castellanos, e incluso su difuso alavesismo dependía también de los azares caprichosos de la historia. Lo que realmente preocupaba a esta oligarquía reunida en la ermita de San Juan de Arriaga era mantener sus privilegios a salvo de disputas territoriales. Estos mismos señores fueron los que en el siglo XIII, viendo de qué lado caía el árbol en la conquista mientras las plazas de Antoñana o Trebiño resistían, se apresuraron a abandonar al rey de Navarra y echarse en brazos de la Corona de Castilla. Más tarde, en 1332 protagonizaron la voluntaria entrega por la que traspasaban su poder feudal al rey Alfonso XI. Este pacto explica que, desde entonces, determinada oligarquía alavesa históricamente mire más a la Villa y Corte que a los bárbaros del norte o que hoy el noble diputado general supedite a Madrid todos los proyectos estratégicos de Álava, no vaya a perder privilegios forales.
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