Al principio, cuando uno empieza a probar, es joven, inconsciente, optimista, cree que todo es posible, que el mundo está en sus manos y que nada se puede torcer. Con el paso de los años, se va dando cuenta de que aquello no es lo que le prometían al principio, que los cantos de sirena en realidad se tornan en pesadilla, en un callejón donde no es posible la salida. Aún así, mantiene la esperanza de poder controlarlo todo y se deja engatusar, porque en el fondo uno es buena persona, por quien le promete que lo que le venden esta vez es mejor. Y prueba, incluso en los primeros pasos se siente a gusto, satisfecho, reconfortado... sensaciones que se van alejando por mucho que uno repita con lo mismo. Ya no es como la primera vez. Por eso llega un momento en el que decide que hay que dejarlo pero no sabe cómo. Tiene claro que aunque se aparte todo lo posible, ese mundo va a seguir ahí, lanzando sus caramelos para volver a picar. Pero créame, la única solución es desprenderse de toda esa mochila porque lo único que le espera si no vence a la tentación son más años de hacerse mala sangre. La política actual es mala. Lo dicen nueve de cada diez votantes escarmentados. Yo, de hecho, como cantaba aquel me estoy quitando, me estoy quitando, solamente me pongo en vez en cuando.