Son días desoladores. Debajo del cabreo, la indignación, el miedo, el desconocimiento y la desinformación, a mí me queda la desolación. De lo mejorcito que he leído estos días es la viñeta de El Roto ayer en El País. Dos personas vestidas con trajes de aislamiento conversan mirando a otro hombre sentado en el suelo. “¿Ébola?”, pregunta el primero de los personajes con escafandra. “No, miseria”, responde el segundo. Al final, todo se resume en eso. Miseria. La miseria económica y la moral. Nuestra miseria. La miseria de los casi 4.000 muertos en África Occidental durante los últimos meses por ébola, 4.000 vidas, mientras la comunidad internacional ha preferido mirar hacia otro lado, dejar que sean los de siempre -cooperantes- los que luchen sobre el terreno con medios insuficientes; los mismos medios insuficientes con los que se lucha contra otras enfermedades que allí, por cierto, se cobran muchas más vidas. Un mirar hacia otro lado que de pronto se convierte en poner el ventilador para rebotar hacia otro lado cualquier responsabilidad cuando el problema entra en nuestra casa. Esa es otra forma de miseria, la más desoladora, muy propia del ser humano por desgracia, la que aflora su egoísmo, su falta de humanidad y de empatía.