así como está demostrando al no querer afrontar de cara el encaje de Catalunya o como ha evidenciado en su política económica, el presidente Mariano Rajoy parece fiar su suerte a meter la cabeza bajo el ala y esperar a que los graves problemas que atenazan al Estado español se resuelvan por sí solos. A las puertas de entrar en el último año de legislatura y a ocho meses de las elecciones municipales, el Gobierno del PP está estancado en su inmovilismo y el tancredismo que personaliza su presidente. Y esto, después de protagonizar un proceso de regresión en derechos sociolaborales y libertades y una recentralización en el Estado sin precedentes en la democracia española, impuesto por el sector ideológico más extremista del PP. El perfil inmovilista de Rajoy es evidente en su respuesta pétrea al problema catalán, llevando las aspiraciones soberanistas a su expresión más mayoritaria y el pulso a un extremo muy cercano al no retorno. La acción involucionista es igualmente patente en el autogobierno de Euskadi en ámbitos tan sensibles como el educativo, la Ertzaintza -el veto a su OPE ha sido el último exponente del atropello- o el Concierto Económico, sistemáticamente cuestionado por la derecha española. Así como también su inacción se ha dejado notar en el proceso de paz vasco, que está en el mismo punto en que Rajoy lo halló al llegar a La Moncloa, sin una sola iniciativa más allá de mantener una política penitenciaria que vulnera los derechos de los presos y que además resulta anacrónica. Y es también evidente la pasividad ante la corrupción que ha golpeado a su partido en los escándalos del caso Gürtel o de quien fuera su tesorero Luis Bárcenas, con la caja B de financiación de Génova en el transfondo. Sí se ha comprobado, por el contrario, un notorio esfuerzo legislador inspirado en directrices de ideología ultraconservadora, que llevan a retrocesos en el ámbito social o de libertades civiles y políticas. Y por si fuera poco, la crisis le está sirviendo al Gobierno del PP para favorecer los intereses de los grandes grupos económicos y financieros con el precio del desmantelamiento del Estado de Bienestar, mientras la economía española sigue estancada en índices de paro insoportables. En definitiva, Rajoy entra ya en su último año de mandato sin aire, fiando su suerte exclusivamente a la falta de una alternativa solvente en las filas progresistas.