Se lo conté aquí -en La política es fútbol, el pasado 15 de mayo-, me puse el buzo de Nostradamus y les hablé de la profecía difundida por ahí que la victoria de Austria en Eurovisión traía hasta nosotros, pobres humanos expuestos al capricho de los dioses. Les avisé de que se cernía sobre nuestras cabezas la eliminación de España en primera fase del Mundial, como en aquel 1966 en que también Austria se llevó Eurovisión, ascendió a Primera el Depor, bajó a Segunda el Betis, el Atleti ganó la Liga y el Real Madrid, la Champions de entonces. Se lo dije... ¡Toma ya pulpo Paul! Así que estoy en condiciones de afirmar que la culpa de la humillante eliminación de la Roja -española, no la chilena, que no quiero meterme en un conflicto diplomático- por la vía rápida no es culpa ni del conservadurismo de Del Bosque, ni de que Casillas haya jugado poco en su equipo, ni del declive de Xavi o Villa. No. La culpa es de Conchita Wurst. Dicho esto, para quienes, como yo, coincidan con Ian Fleming en aquello de que una vez es casualidad, dos coincidencia y tres acción del enemigo, aquel Mundial de 1966 lo ganó Inglaterra, equipo anfitrión... ¿le tocará a Brasil? Para los románticos, en mayo de aquel año se inauguró el Estadio Azteca. Ya saben, la Mano de Dios, pero esto es otro año y otra historia.