el Ché Guevara ha representado un icono revolucionario donde los haya hasta que se convirtió en mártir y mito. Y hasta que el fotógrafo cubano Alberto Korda inmortalizó en 1960 la efigie del guerrillero mirando mesiánicamente al horizonte que dio la vuelta al mundo. El sistema enseguida lo interiorizó en forma de camisetas, banderas y gorras de merchandising, de pósters o de coloristas cuadros de Andy Warhol con una facturación que supera los 5 millones de dólares anuales en ventas de derechos. Algo parecido, salvando las distancias, ocurre hoy con los parques naturales como el juguete con el que Luis Andrés Orive, experto en paisaje, soñaba para los Montes de Vitoria. Los pueblos y la actividad de un mundo rural vivo han sido históricamente los mejores conservadores de la naturaleza, aunque hay que reconocer que los coquetos parques ajardinados, con sus vallas de madera, sus sendas de adoquines de piedra, sus setos recién cortaditos, sus papeleras cívicas y sus lagos y fuentes de agua iluminadas con focos de colores quedan mucho más monos que un monte comunal con su maleza y sus hortigas. Quizás el fallo ha sido que no hemos sabido crear una marca para los Montes de Vitoria con un caracol pintado en colores de Warhol.
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