Cuando lean estas líneas habremos entrado en jornada de reflexión. ¿Reflexión? Sí, ese periodo de suspensión extrasensorial. Nada que ver con el complejo proceso deductivo para decidir con quién jugársela en la porra de la cuadrilla para esta noche, si Carletto o Simeone. Que no me entiendan mal, lo comprendo. Dada la vibrante campaña que acabamos de vivir, en la que ha tenido que llegar el no menos vibrante Arias Cañete para darle un poco de vidilla al asunto -y que el común de los mortales nos enteráramos de que hay elecciones y tal-, es normal que ni a usted, ni a mí, ni al vecino del quinto nos arranque ni medio gramo de confianza la fiesta de la democracia de mañana. Así se mide esta campaña, el nivel de la política patria en definitiva, por comentarios machistas que joden una campaña de perfil subterráneo a su autor y dan oxígeno a las del resto o por extemporáneas e injustificables palabras xenófobas de un alcalde. Una campaña que se recordará por el asesinato de una política -por una venganza personal- y por el desenfreno cafre e indecente de algunos en las redes sociales que da munición a quienes no pierden ripio para recortar -sanidad o libertades, lo mismo da-. Que la culpa será de la meteorología, pero me temo que, por desgracia, la abstención mañana será la ganadora.
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