la reciente publicación de la segunda de las tres partes del informe de actualización AR5 sobre el calentamiento en el planeta Tierra -elaborado por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC)- es una proyección teórica de probabilidades. Pero cuenta con el aval de la credibilidad de sus autores -centenares de científicos elegidos por Naciones Unidas-, además de estar basado en innumerables estudios y de contar con el apoyo de datos históricos que confirman que en lo que llevamos de siglo XXI se han producido trece de los catorce años más cálidos de la historia o que la temperatura media en la superficie terrestre es hoy más de medio grado superior a los años 80. Ahora bien, si el calentamiento global es un fenómeno creíble, soportado en datos estadísticos e históricos, también quienes lo niegan han venido apuntando antecedentes y referencias que podrían servir para lo contrario o cuando menos para explicarlo como un mero ciclo climático más o menos prolongado. Lo que no es discutible, por el contrario, es que los grandes desplazamientos de población, los conflictos, el incremento de la pobreza, el riesgo de hambrunas ante el encarecimiento de los alimentos o los desastres naturales relacionados con la subida del nivel del mar que relata esta segunda parte del informe del IPCC (que tendrían su derivada en Euskadi) son consecuencias de la conclusión a que llegó su primer capítulo, hecho público hace siete meses, que atribuía la responsabilidad a la actividad humana. Las grandes migraciones, de decenas de miles de personas, se producen hace décadas en África, América y Asia. Los recursos naturales, especialmente los energéticos, están en el origen de conflictos como los de Siria, Ucrania, Libia o Irak, que amenazan la estabilidad mundial. El incremento de la pobreza es efecto constatable de la crisis económica global provocada desde el mundo financiero. Las hambrunas y el encarecimiento de los alimentos van de la mano de la especulación y la concentración de los recursos y producción en las grandes multinacionales. Y los desastres naturales no son en nada ajenos a la invasión por el hombre de zonas que hasta el siglo pasado eran consideradas inhabitables. Detener este desvarío acaparador serviría para proteger al planeta Tierra -y a quienes lo habitan- ya sea con los efectos del cambio climático o su negación.