Salen del almacén a las ocho de la mañana al volante de un camión cargado de mercancía que bares y tiendas reclaman y para las once tienen que acabar el reparto, a pesar de que los comercios no levantan la persiana hasta las diez, si no quieren comerse 200 euros de multa. Son currelas, la mayoría autónomos, que para ganarse un euro tienen que cargar y descargar cajas y cajas de Keler a destajo, antes de que llegue el policía de turno y les extienda la receta que, por cierto, apoquinan de su bolsillo, porque sus jefes no se hacen cargo. Así que sueltan la tela mientras ven cómo las furgonetas de reparto del Ayuntamiento campan a sus anchas en la calle San Prudencio sin que ningún agente se inmute. Y cuando preguntan por qué a ellos se les sanciona y a los ciclistas no, Maroto les responde que si a las bicis se les restringe el acceso al centro a partir de las once, a ellos también. ¡Otra vez las bicis! Esos mimados vehículos de dos ruedas que no pagan ni OTA ni seguro ni impuesto de circulación ni ITV ni multas ni na de na, pese a que la prohibición les llegó antes. En la empresa de Luis Alberto son tres y ya han denunciado a dos. Están que trinan porque, pagar por trabajar, señor alcalde, no es nada sostenible... Ni para una green capital. "Esto es la guerra", gritan a la carrera.
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