amaia no podía vivir en Vitoria sin el coche. No ya por comodidad, sino por las exigencias del guión de llevar y traer a Asier de la ikas, trabajar en el centro, la natación en el barrio martes y jueves, meter la compra en el maletero o recoger al txiki en casa de su madre. Cuando su hermana le regaló una bicicleta con silleta pensó que vaya tontería. Ahora llega a todo incluso mejor e ir sobre dos ruedas le hace ver la ciudad y la vida de otra manera, gasolina y estrés aparte. Gaizka era uno tantos niños que lo quería todo y todo ya, sin límites. Desde que su ama vio un anuncio, le inculcó detalles tan banales como que hay que cerrar el grifo mientras se lava los dientes o apagar la lámpara cuando no hay nadie. Gaizka es ahora consciente, a su manera, de la escasez y sólo tuvo que probar a estar una tarde sin agua ni luz para comprobarlo. Pedro estaba desesperado con la wii y la tablet de sus hijas y el día que le oyó a una de ellas explicar que la leche viene del Eroski se le encendió el piloto. Empezaron a recorrer todos los domingos el Anillo Verde, con las niñas a regañadientes y casi a rastras. Dos años después, ahora son ellas las que no perdonan ni una salida y las excursiones se han ido prolongando por el Gorbea, Aitzkorri o Pirineos. Y hacen chistes con las vacas lecheras.
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