RESULTA complicado aproximarse a lo que ha sucedido en este barrio burgalés, porque requiere una mirada más amplia que la que, a priori, sugerirían las informaciones de algaradas callejeras y el habitual veneno político que encierran las declaraciones de los ídem de turno. Ahora que las obras parecen definitivamente paralizadas, quedan muchas preguntas. Primero y último, ¿habría desechado el alcalde el proyecto si las protestas no hubieran derivado en un estallido violento que acaparó el protagonismo mediático de toda España y de mucha prensa internacional? El asunto no es ni baladí, ni sencillo, y plantea, al margen de otras cuestiones, un problema ético de primer orden. Porque, francamente, todo hace indicar que el alcalde seguiría a lo suyo y los medios de comunicación no le habríamos dedicado ni media línea si la protesta no se hubiera salido de madre, pero ¿es justificable el vandalismo, la violencia al fin y al cabo, como instrumento de presión social y política? ¿Ése es el mensaje responsable que una institución pública de una democracia fetén lanza a la ciudadanía? ¿Que solo escucha si arden las calles? Sin pretender comparar ni, palabra maldita, equiparar, pero cuando este tipo de esquemas se observan desde este trocito del Planeta, con la que ha caído, con los que han caído... Mientras tanto, me pregunto si hay alguien con un poquito de mando en plaza echando un vistazo a las curiosas relaciones del Ayuntamiento y el constructor y, apuntan mis compañeros, si alguien sabe qué indemnización cobrará su empresa por la ruptura del contrato.
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