la señora Renée Michel llama a su perro León por León Tolstói, adora la historia de Anna Karenina del escritor ruso, disfruta leyendo a François Mauriac y alucina con la fenomenología transcendental de Edmund Husserl. Pero cultiva todo este mundo interior en la clandestinidad, oculto a los ojos de sus vecinos, pues en apariencia es la humilde portera de un bloque parisino burgués de la que sólo se espera sea servicial y vulgar. En los zapatos de Reyes seguramente abundarán hoy, envueltos con coloridos envoltorios y lazos, decenas de tipos de tablets, e-books, iPhones u otros muchos sofisticados dispositivos digitales que almacenan cultura en gigabytes con potentes procesadores. Y no sé si habrá, en cambio, muchos libros, a secas. Advierte Mario Vargas Llosa -uno tiene la mala costumbre de leer casi todo lo que cae en sus manos, incluso a consagrados pontificadores- que "si los libros de papel desaparecen porque los entierran las tabletas, temo mucho que sucederá como con la TV, que vayamos a una literatura quizás más divertida, pero absolutamente banal y perderemos espíritu crítico". Y perderemos también todas esas historias, recuerdos, vivencias, aventuras, enigmas y emociones que todos escondemos en los libros que se apilan en las estanterías de nuestras casas y que evocamos sólo con leer o tocar sus lomos. Casi clandestinamente, como la portera de La elegancia del erizo, esa divertida novela de Muriel Barbery que tal día como hoy pusieron un año en mi zapato.
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