TE confieso que no siempre he sido un seguidor fiel de tu trabajo. Antes, cuando era niño, ni siquiera sabía de ti. Vivía en esta misma Gasteiz, pero en los años sesenta del siglo pasado -mucho tiempo: ya no es la misma, de hecho era sólo Vitoria-. Los regalos los traían los Reyes Magos de similar manera como el dictador dictaba crueldades: los primeros con naturalidad religiosa, el segundo con naturalidad totalitaria. Después cambiaron las cosas y todo cobró más sentido: ¡los regalos podían disfrutarse desde el 25 de diciembre! Nunca le estaré lo suficientemente agradecido a la cultura vasca por su aportación al sentido común, porque siendo niño no había nada más idiota que recibir los regalos y disponer sólo de un par de días para disfrutarlos. Contigo eso no pasa, Olentzero. Los Reyes Magos llegaban tarde en comparación con el resto de personajes navideños, y no se trata de las distancias que tienen que recorrer unos y otros: al tipo gordo barbudo del gorro rojo que viaja en trineo tirado por renos también le arde el cuentakilómetros. Lo mejor es lo tuyo, Olentzero que bajas del monte con miles de regalos para niños de modelos A, B, D y trilingüismos varios, que sé que no haces distinciones. No quiero terminar sin pedirte dos cosas, que al final de eso se trata tu trabajo, de intentar cumplir los deseos del personal: debes cruzar datos con tus competidores de los camellos para que no haya niños que reciban presentes dos veces, vaya morro, y tendrías que esforzarte por impedir que la desigualdad siga campando a sus anchas. Haz lo que tengas que hacer.
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