BUENO, pues entre una cosa y otra, entre recorte y recorte, entre patada al Estado de Derecho y a las conquistas sociales, entre consultas y desanexiones, entre corruptelas de unos y otros, burla burlando, nos hemos vuelto a plantar en Navidad. Mola el panorama, ¿eh? Hace tiempo que decidí que esto de la vida, salvando las necesidades básicas, es cuestión de perspectiva. Te subes a la atalaya, oteas el horizonte y ves a ese ejército descomunal de orcos sedientos de sangre que les describía antes que se acerca a tus maltrechas murallas. Hay dos opciones: rendición o resistencia. Pero para resistir hacen falta motivos. Y ahí entra en juego la perspectiva, para encontrar la luz en la oscuridad. Estos días son propicios, aunque desde luego no sean los únicos, para currarse la mochila de motivos. Así que, aunque el panorama sea como para pulsar el botón de emergencia y bajarse de este planeta, recuerden que sigue habiendo pequeños grandes momentos que seguro que merecen la pena. Más allá de lo religioso -allá cada cual con su cada cuala, ya me entienden-, la Navidad es una magnífica excusa -igual que lo son las fiestas de La Blanca, por ejemplo, el cumpleaños de la abuela o una boda en la cuadrilla- para reunirnos, charlar, abrazarnos, reír, quizá echar de menos a alguien que ya no está, recordar, seguir atesorando recuerdos y empezar a fraguar los de quienes vienen para tomarnos el relevo, mirar al futuro con esperanza de que todo esto, a pesar de la sombra, siempre estará ahí. Ellos son nuestra muralla. Feliz Navidad. Zorionak!
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