al multitudinario homenaje rendido a Nelson Mandela en el funeral del estadio de Soweto asistieron numerosos jefes de Estado y gobierno. También mandatarios que ejercieron su poder siendo Mandela presidente sudafricano, después de sufrir en la cárcel 27 años de condena injusta. Todos enaltecieron la figura del líder de la libertad, de los derechos humanos, de la igualdad y la justicia. Sin embargo, aquella nutrida presencia de políticos -en especial de algunos que no compartieron en modo alguno su lucha y sus objetivos- no dejó de sorprender. Fue alabado por todos. Pero ¿fue reconocido? Reconocer a Mandela implica compartir sus ideales y su compromiso de lucha contra el apartheid racial y también económico, cultural, social o ecológico; su línea liberadora, su trabajo por la justicia, sus objetivos democráticos o sus métodos reconciliadores. ¿Y cuántos dirigentes que con su presencia y sus palabras ensalzaron al líder africano practican lo que en aquel acontecimiento se celebraba? Políticos allí presentes ejercieron y ejercen una cruel segregación de los pobres con sus políticas económicas de apartheid globalizado. "¿Cómo tratan -les preguntaría Mandela- no a sus ciudadanos con mejor posición, sino a los que tienen poco o nada?"

La trayectoria vital de Mandela estuvo guiada por la defensa y la práctica de todos los derechos humanos y por la dignidad e igualdad de todas las personas como fundamento de toda democracia auténtica. Esa convicción le mantuvo firme en las extremas condiciones de su prolongado e injusto encarcelamiento y en su lucha por la libertad para su pueblo. "Ser libre no es solamente desamarrar las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás", repetía. Y así lo expresó ante el tribunal que lo juzgaba por alta traición en 1961.

La justicia y la reconciliación nacional fueron la base de la paz por la que luchó en el Congreso Nacional Africano, en la cárcel y como presidente de Sudáfrica. Una paz sin discriminaciones, sin humillaciones ni venganzas, sin odio. Invitó a uno de sus carceleros a su toma de posesión como presidente y logró que sus enemigos reconociesen su convincente personalidad y poder de persuasión. Fue un líder de la reconciliación para -como él mismo afirmó- "lograr la paz con el enemigo trabajando con él porque solamente así se convertirá en compañero".

Recordar a Mandela y rendirle el homenaje del que todos los medios se hicieron amplio eco contrasta cruelmente con esas situaciones mantenidas en muchos de los Estados cuyos líderes estuvieron allí presentes. Europa sigue siendo un continente segregacionista con los inmigrantes, provocando muertes y marginación de quienes buscan trabajo y libertad; el imperialismo norteamericano continúa dominando un mundo de desigualdades flagrantes; y África, a pesar de los logros de Mandela, es un continente masacrado y expoliado.

Mandela puede descansar en esa paz que buscó, por la que trabajó, sufrió y consiguió. Pero también es cierto que esa paz es frágil y debe seguir realizándose y consolidándose en Sudáfrica con la energía y espíritu de los que Mandela dio testimonio íntegro y muchos tratan de continuar con su mima fe y esperanza. Este hombre, este político, este luchador por la dignidad humana ha abierto caminos para su pueblo y para todos los pueblos de la tierra que creen en un futuro de reconciliación, libertad, justicia y paz.

Mandela con su vida y su lucha ha demostrado que la paz llega siguiendo la estela de dignidad, esperanza y libertad que ha dejado en la tierra, en su pueblo y en todos los pueblos. También en Euskal Herria y así lo recordó Amets Arzallus en la bertsolari txapelketa: ?zendu da Nelson Manadela / eta mundu osoan / piztu da kandela/ gustorago nengoke / hemen dena dela / betiko itxi balute /egon zen kartzela.