nelson mandela se nos ha ido físicamente, pero su ejemplo pervivirá muchos años en la humanidad. Si hubiese que definir a Mandela en dos palabras, serían esperanza y resistencia. Fue un hombre entregado a fructificar su fe en el ser humano contra toda evidencia, haciendo de la debilidad virtud con inquebrantable tesón. Con la necesidad que tenemos de profetas -laicos y de los otros- que nos marquen el rumbo hacia lo mejor del ser humano, Mandela ha sido, es y será un referente para millones de personas que dudan seriamente si el ser humano merece la pena.
Resistiendo durante 27 años en aquellas cárceles de odio racial, ha mostrado el camino de la esperanza contra toda esperanza, gracias a la cual logró cambiar los corazones de millones de compatriotas hasta engendrar una Sudáfrica más humana y reconciliada; y encima, tuvo salud para verlo. Resistió hasta modificar el rumbo de la historia con una clarividencia no vista en el siglo XX; si acaso Juan XXIII pueda comparársele en su revolución insospechada por llegar tan lejos. Ambos ganaron a base de fe, nunca jactanciosa, basada en la esperanza y sustentada en la resistencia del día a día.
La resistencia del padre de la reconciliación sudafricana -que vuelve a pasar por serias dificultades- ha sido pura resiliencia, esa energía almacenada por un material para deformarse elásticamente y soportar desastres sin que se quiebre -ahora se aplica también en el campo de la inteligencia emocional y la psicoterapia- y donde Mandela encaja a la perfección.
No ha sido el primero en liderar la transformación maravillosa de un pueblo tan fragmentado, pero continuará siendo un referente para muchas generaciones, como lo fue el mahatma Gandhi y tantos otros -y otras- más o menos conocidos.
Ahora es bonito recordar su biografía en su conjunto, disfrutar del logro de su capacidad de liderazgo a base de servicio hasta llegar a convertirse en presidente de su país y premio Nobel de la Paz; o de la increíble hazaña de unir a blancos y negros el equipo nacional de rugby, y por ende al país entero, con la que consiguió, de paso, que Sudáfrica ganase el mundial de 1995. Y eso que a él no era aficionado al rugby pero creía que "el deporte tiene el poder de transformar el mundo si apelamos a los corazones". Su estrategia fue que ganara el ser humano. Él supo encauzar con esperanza radical esa fuerza social llamada deporte para lograrlo, además de conseguir que su pueblo de mayoría bantú, con un 10% de blancos que controlaban el país a sangre y fuego, alcanzase la independencia sin derramamiento de sangre.
Sin embargo, no hay que olvidar otros momentos en los que tuvo que vencer al cansancio, la sensación de derrota. Por ejemplo, en 1969 estuvo a punto de ser liberado por el MI6 británico, pero la operación fue descubierta y Mandela trasladado a otra prisión, lejos de Robben Island, tras 18 años preso allí. O los intentos de sus correligionarios negros para desatar su venganza racista, bordeando la guerra civil. Tampoco es hermoso ver cómo tu propia familia pelea descarnadamente por el legado de tantos años dando el ejemplo contrario al que has predicado toda tu vida.
Como dice John Carlin en el libro que cuenta el éxito de Tata Mandela a través de la selección de rugby, de una injusticia épica logró una épica reconciliación.
Ya entre nosotros, tenemos la obligación de emular el legado de Mandela, en su esperanza y resistencia, para sellar las condiciones de una paz duradera, no sólo sin armas sino con la esperanza en una pronta reconciliación, capaz de lograr la convivencia de verdad, si es que queremos ser el país que aspiramos a serlo. Personas preparadas para ello no nos faltan; y la historia está a nuestro favor mostrando que los imposibles son perfectamente reversibles para cualquier generación.